Hay una idea muy dicha, pero no por eso menos cierta, de que los cuentos de Borges eran resúmenes de películas o de novelas.
Por ejemplo, en El Muerto, Benjamín Otálora, un “triste compadrito, sin más virtud que la infatuación del coraje”, portador de una “frente mezquina”, se escapa de Balvanera después de haber acertado una “puñalada feliz”. Referenciado por el caudillo de la parroquia local, se dirige hacia el Uruguay, en busca de Azevedo Bandeira, jefe de un grupo de contrabandista.
En el primer párrafo de este cuento perfecto, se encuentra contenido todo acontecimiento sucesivo.”Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible”
Hasta acá, hasta el primer punto y seguido, parece que el narrador no tiene un esencial vínculo afectivo con el personaje narrado. Este triste compadrito tiene una sola virtud que por el tono pareciera no ser tal. La “infatuación del coraje”, la irracionalidad arrojada a la acción valiente, no merece mucho respeto del narrador. No es necesario que lo diga abiertamente.
Lo que sigue después del punto y seguido, es el anuncio del final, previamente anticipado en el título: “A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul”. Hay una suerte de ostentación del anuncio del desenlace pero que de todos modos el lector igual, quiere creer lo contrario a la anticipación.
Y en la tercera parte del primer párrafo, lo que sigue luego del segundo punto y seguido, aparece la intromisión del narrador, que siempre en Borges es oscilante, inseguro, incompleto: “Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.” También justifica la idea del comienzo: está diciendo este cuento no es un cuento, es un resumen de algo que me contaron y yo lo expongo débilmente, porque la historia original siempre es mejor, pero acá les ofrezco mi humilde versión.
En el segundo párrafo hay una concentración de información y acciones, que cualquier otro escritor hubiera necesitado decenas de páginas. Se menciona el año en que ocurrió (1891), la edad del protagonista (diecinueve años), se lo caracteriza (es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca), el hecho que lo empuja a escapar y otra forma de caracterizar su “infatuación” (una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República). En el mismo párrafo no da con Azevedo Bandeira y después, da con Azevedo Bandeira. “ Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira.” Y además decide romper la carta que llevaba de referencia del caudillo de la parroquia “Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.”
La cantidad de personajes y de acciones, que son delicadamente colocados, delicadamente jerarquizados porque hay personajes con nombre, otros que existe consecuencia de una acción, como por ejemplo la víctima de la “puñalada feliz”, otros que no tienen nombre pero sí cargo como el caudillo de la parroquia.
Para otra ocasión quedará el análisis de la adjetivación (las hipálages) de este y/u otros textos.
Este cuento era el favorito de Miguel Briante y por estas semanas también es el mío.
(L)