Crimen premeditado de Witold Gombrowicz, conversa con El muerto de Borges, el cuento exquisito del que hablé la entrega anterior, de una manera casi mágica.
Ambos son cuentos clásicos (es decir, que en el título y el primer párrafo se concentra todo lo importante, se muestra circunstancialmente cifrado todos los elementos y luego de un cuerpo textual de dispersión y de una búsqueda recontra eficaz de evitar creer que el desenlace es ese mismo que estuvo ahí, a la vista todo el tiempo); y en los dos hay un muerto.
En el caso de Crimen premeditado el único motivo que empuja todo el texto, es el convencimiento del narrador de que Ignacy K. fue asesinado. Ese convencimiento total, permanente, genial y paranoico nos convence como lectores de que efectivamente Ignacy K. fue asesinado. Aunque al final el narrador haya convencido al hijo, Antonio K., de que él fue el asesino, aunque, todos, absolutamente todos los indicios del texto sean de que murió de muerte natural.
El hecho de que sea un único motivo el que traccione al texto es algo que Borges hubiera destacado, como lo ha hecho muchas veces escribiendo sobre otros escritores. Por ejemplo en Nathaniel Hawthorne: “Wakefield, en el atardecer de un día de octubre, se despide de su mujer. Le ha dicho —no hay que olvidar que estamos a principios del siglo XIX— que va a tomar la diligencia y que regresará, a más tardar, dentro de unos días. La mujer, que lo sabe aficionado a misterios inofensivos, no le pregunta las razones del viaje. Sale, con la resolución más o menos firme de inquietar o asombrar a su mujer, faltando una semana entera de casa.” Finalmente, creo que se ausenta veinte años y siempre dice que va a volver y no lo hace. Pero miren esto que dice Borges: “Wakefield prefigura a Franz Kafka, pero éste modifica, y afina, la lectura de Wakefield. La deuda es mutua”.
El cuento de Gombrowicz tiene un aura kafkiana, no solo por la locura, la repetición, la obsesión, también el nombre del presunto asesinado: K, como los personajes de Kafka. Pero fijate esto: Crimen premeditado, es de 1928 (según consigna la edición de Bacacay del Cuenco del plata a cargo de Edgardo Russo). Es decir, ahí nomás de Kafka, pero desde Polonia. Pero siempre escribiendo en polaco, a diferencia de Kafka que siempre lo hizo en alemán, no en checo.
Igualmente yo no digo que Kafka prefigure a Gombrowicz, porque no puedo hacerlo, aunque quizás sea evidente. Ni idea. Lo genial –quizás lo más genial– de Witold Gombrowicz sea su humor, que se desprende tan naturalmente, casi sin querer, que es lo que podríamos llamar acá, el estilo. Y lo que sí digo es que, para mí, Gombrowicz prefigura a César Aira.